Los que por alguna razón leen

viernes, 18 de marzo de 2011

Una Navidad Bajo Tierra




Sabía que era de noche, por que me levanté a las 17:00 hrs.
Mi reloj marcaba las 23:37 hrs. Pero a simple vista se perdía la noción del día o de la noche cada vez que me tocaba subir a la cueva que teníamos por taller en el nivel 16-1/2.
Como todas las noches, sólo estaba el computador haciéndome compañía, disfrutaba de la música que sonaba durante toda la noche y me quejaba del frió que bajaba del ducto de aire acondicionado que atravesaba el helado taller-cueva.
En ocasiones retumbaba el golpe de algún equipo contra el cerro, temblaba la tierra (de forma trepidatoria) con el paso de los tractores o cargadores de bajo perfil que transitaban a pocos metros de mi. Al cabo de un minuto se perdían en alguna curva con su molesto ruido, dejando nuevamente la nostálgica soledad.
Pensaba en mi casa: e esa hora los niños ya ansiosos esperaban la llegada del viejito pascuero. Me reía tristemente al imaginar lo felices que debían estar en ese momento.
23:45 Hrs.: se escucha desde lejos un rondín gritar que evacuemos el área, había que quemar (quema se le dice al momento en que se dinamita el cerro y se provoca la explosión en la frente)



Me coloque mi chaqueta, el cinturón con mi auto rescatador y el casco con la lámpara. Apague las luces y la oscuridad era casi absoluta.
Me eche a caminar por la mina, camino a la punta de diamante que une al nivel con la rampa principal de acceso a la mina. En el camino nos encontramos todos, éramos como treinta personas de los cuales todos no ubicábamos, pero sólo conocía a unas diez.
El frío era terrible, corría el viento helado y el túnel era lúgubre (un gran tubo de roca por el que nos desplazábamos) iluminado solamente por unos cuantos tubos fluorescentes y unas pocas lámparas portátiles.
El frío me congelaba la nariz y las piernas.
Conversaba con Claudio, un muchacho que estaba a cargo de supervisar la mantención de un equipo de IM2, sobre el frío que hacia. En momentos determinados, alumbrábamos el techo del túnel nuevamente.
La temperatura en la punta de diamante era peor, corría un viento más gélido y más fuerte, nos dolía la nariz y yo pensaba en que estaba solo y los míos en casa. Pensaba también en que las entrañas del cerro me vomitaran con vida ese día y sería regurgitado el resto de los días que me restaban para cumplir mi tuno y poder llegar a ver la alegría minimizada en los ojos de mis niños.


En más de una oportunidad, el lugar se vio iluminado por una luz giratoria acompañada del ruido de un motor que resonaba hasta los tuétanos, luego desaparecía tal como aparecía; lento en la curva inferior de la rampa principal.
Un gran estruendo estremeció el lugar, remeció todo el cerro de forma interna, cuando mi reloj marcaba las 00:00 hrs. Ya sólo quedaba esperar la ventilación del lugar (no podíamos volver inmediatamente debido al peligro del silicio)
Imaginaba mi familia al momento de enterarse de mi muerte debido a un planchón, los vi llorar, gritar, sufrir y una mano se poso en mi hombro al momento que Claudio me decía: despierta, es hora de entrar.
Rodó por mi mejilla una lágrima que se contaminó de polvo
Ahora, el lúgubre pasillo subterráneo, era eliminado por pocos tubos, las lámparas iban apagadas. En ocasiones yo, prendía la mía para iluminar el techo en forma ínspectiva.


En el taller me esperaba el computador, el zumbido del ducto de aire y la silla frente al escritorio. Me senté nostálgicamente, sólo y descanse.