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Cierro mis ojos y veo como gira todo lo que hay en mi cabeza. Es excesivamente confuso.
No distingo el camino (ni el recorrido ni el por recorrer), sólo encuentro meros recuerdos de aquellos rumbos que deseché. Es todo lo que con claridad puedo ver.
Y grito en silencio desde lo más profundo y la gota imaginaria rueda por mi mejilla, cuando el gris de mis días pasa rápido en sentido contrario a las manecillas de un reloj que muestra el tiempo perdido.
Inevitablemente, como un fantasma apareces en ni mente. –Ven me gritas con desespero- Un anhelo disuelve tu imagen y aviva la nostalgia de no poder aferrarme a tu clamor seguro.
El tiempo transcurre de forma imprecisa y a otro reloj cuyo péndulo hace sonar las campanas del futuro intento aferrarme. Corro y no lo alcanzo. Agotado por la carrera interminable, veo que el piso desaparece y comienza mi caída en el oscuro espacio de mis pensamientos
El tobogán espira-lado por el que desciendo confirma mi mente retorcida. El eco de tu voz me compunge.
El eco de tu vos me compunge y se mezcla con voces conocidas, con el grito de la fosa que dejó la desintegración de mi diamante rojo.
Recuerdo tus ojos, llenos de cristalinas perlas.
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Cuantas veces he intentado escribir algo que no redunde en ti. No puedo. Prefiero mantener esos descendientes de mi mente en el frigorífico hermético, privados del calor del mundo.
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Sigo cayendo
En este foso profundo.
La salida no encuentro
Y te pienso en lo oculto.
Hoy en mi caída
Tiro un hilo, de la madeja del subconsciente
Enredando mi vida
Sin claridad de lo que se siente.
Sigo cayendo
Y mis ojos secos
Siguen llorando
Sin que se entere el mundo